Hay una semilla dando vueltas entre los movimientos sociales campesinos, indígenas y de lucha contra el agronegocio. Una semilla aún más resistente que la transgénica: es la que sembró el Doctor Andrés Carrasco, con compromiso y valentía. Su bandera la levantan las organizaciones sociales, las maestras rurales, las cátedras universitarias de soberanía alimentaria, los militantes agroecológicos y, también, los científicos del CONICET.
Graduado de la facultad de Medicina de la UBA a principio de los ‘70, Andrés se especializó en embriología molecular. Fue docente de la carrera que lo formó y militante de la juventud peronista hasta que, en 1981, viajó a Suiza como becario postdoctoral. Fue parte de un equipo de investigación que realizó el descubrimiento del gen homeobox, un gen fundamental en el desarrollo embrionario de los animales.
Ese estudio genético le permitió acercarse a grandes grupos científicos y laboratorios, quienes le ofrecieron un lugar principal en ese campo de investigación. Si se hubiese quedado en los países del norte, habría tenido su propio laboratorio, con talentosos becarios a su cargo. Sin embargo Andrés y su esposa decidieron volver, criar sus hijos en Argentina, hacer ciencia acá y aportar a la educación pública.
En los años 90 volvió a su Buenos Aires natal e ingresó como investigador en CONICET. Entre 2000 y 2001 se desempeñó como presidente del mismo Consejo científico nacional. A su vez, fue docente en la carrera de medicina y creó el Laboratorio de Embriología de la UBA. Por esos años, se interesó en los efectos de las fumigaciones con glifosato, el veneno más utilizado en el modelo agroindustrial. Decidió dedicarse a estudiar su impacto sobre embriones anfibios.
Para 2009 su investigación ya tenía conclusiones muy claras y no pudo quedarse en silencio.
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Eran las 8 de la noche de un día frío de 2009. Sofía Gatica estaba en su casa en el barrio Ituzaingó Anexo, en las afueras de Córdoba Capital, cuando escuchó sonar la puerta. Se asomó y allí había un hombre esperándola.
—¿Usted es Sofía Gatica?
—Si, soy yo.
—¿Cómo está señora? Vengo a hablar con usted. Soy médico e investigador del CONICET. He investigado sobre los efectos del glifosato en anfibios. Encontré que en pequeñas dosis produce malformaciones en los embriones, igual que podría hacerlo en embriones humanos. He venido hasta acá a decírselo porque esto lo hice por ustedes. Lo hice porque escuché el reclamo de ustedes.
El barrio cordobés Ituzaingó Anexo, contenía en ese entonces unas 30 manzanas, que limitaban con campos hacia el norte, el este y el sur. La vida de Sofía dió un giro en 2001, luego de que, a minutos de nacer, su bebé muriera por una malformación.
Fue entonces que pensó que el suyo no era un caso aislado: decidió investigar la situación sanitaria del barrio y los casos de cáncer que no eran una novedad, con la ayuda de otras madres. En un lapso de 9 años, el colectivo Madres del Barrio Ituzaingó encontró 193 casos de cáncer sólo entre los vecinos del barrio, además de otras malformaciones como labio leporino o manchas en la piel.
—¿Usted se animaría a decir esto mismo frente a médicos, frente a un periodista y a otras familias?— le preguntó Sofía al médico.
—Si, claro. El que diga que mi investigación no es cierta que lo compruebe científicamente en un laboratorio.
La lupa sobre el glifosato

“Un agroquímico es una sustancia que mata, mata plantas que no son deseables. En el caso del glifosato, está asociado a la semilla transgénica, que es parte de un paquete tecnológico producido por una sola empresa –Monsanto– que permite un modo de producción a gran escala gracias a que el glifosato extermina todo lo que haya vivo en la tierra por excepción de la semilla modificada genéticamente”, desarrolló Carrasco en el programa de TV Pública, Científicos Industria Argentina, cuyo recorte se encuentra en el documental del 2019 ‘Andrés Carrasco: Ciencia disruptiva’.
Podés leer más sobre la introducción de este modelo en nuestro país en esté artículo:
| Nueva condena para Bayer-Monsanto por provocar cáncer
El primer medio en publicar la noticia del hallazgo de Andrés Carrasco fue Página/12. El tóxico de los campos fue el titular de tapa de diario de un lunes de abril de 2009. Él mismo llamó a Darío Aranda, un periodista del medio, y le pidió que escuche lo que tenía para contar. “No descubrí nada nuevo, digo lo que ya dicen las familias que son fumigadas, sólo lo confirmé en un laboratorio”, le dijo.
“Se utilizaron embriones anfibios -modelo tradicional de estudio- para determinar concentraciones que pueden alterar mecanismos fisiológicos que produzcan perjuicio celular y/o trastornos durante el desarrollo”, explicaba la investigación. La misma comprobó que concentraciones ínfimas de glifosato, incluso 1500 veces inferiores respecto de las utilizadas en fumigaciones agrícolas, son capaces de producir efectos nocivos en la morfología del embrión, como trastornos intestinales y cardíacos, malformaciones y alteraciones neuronales. “Debido a la conservación de los mecanismos que regulan el desarrollo embrionario de los vertebrados, los resultados son totalmente comparables con lo que sucedería con el desarrollo del embrión humano”, aseguró Andrés Carrasco.
Un año más tarde, su investigación fue publicada en una revista científica, lo cual le dió mayor legitimidad. Sin embargo, él mismo ya se había encargado de hacer público su trabajo, difundiéndolo en medios de comunicación, congresos, asambleas y denuncias públicas. Al instante, organizaciones sociales, activistas, campesinos, familias y pueblos fumigados, tomaron la evidencia como una prueba de lo que padecían y denunciaban hace años.
Como consecuencia, Carrasco también se ganó amenazas, intimidaciones y difamaciones. Su denuncia lo puso en contra del establishment científico, económico y político, en un contexto en el que la soja era el producto estrella de la Nación Argentina y las tensiones por la Resolución N°125 seguían latentes.
Los diarios Clarín y La Nación lanzaron una campaña en su contra. Dijeron que era una operación del gobierno, una represalia contra el campo por la fallida 125. También el Ministro de Ciencia, Lino Barañao, dijo que la investigación no existía y que el glifosato era tan dañino como “agua con sal”
“Creen que pueden ensuciar fácilmente 30 años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo”, respondió Andrés, en diálogo con Página/12. Y continuó: “Las empresas del agro, los medios de comunicación, el mundo científico y la dirigencia política son hipócritas respecto de las consecuencias de los agrotóxicos. Protestan y descalifican una simple investigación pero no son capaces de observar las innumerables evidencias médicas y reclamos en Santiago del Estero, Chaco, Entre Ríos, Córdoba y Santa Fe.”
Ciencia para las comunidades y no para las corporaciones

A pesar de ser uno de los investigadores principales de CONICET, Andrés Carrasco fue muy crítico del modelo científico hegemónico. Desde adentro del sistema, puso en discusión el para qué de la ciencia, el por qué se investiga un tema, para quiénes y con quiénes.
Antes que nada, Carrasco escuchaba a los pueblos: “Ellos son la prueba viva de la emergencia sanitaria”, dijo a Página/12
“Cada creación tecnológica y científica está destinada a un propósito y los propósitos no siempre son virtuosos. La ciencia no es neutral y, si los científicos piensan que lo es, están cometiendo no solamente un error, sino una irresponsabilidad”. se lo escuchó decir en una charla en Entre Ríos. Ese día estuvo junto a Fabián Tomasi, un trabajador rural que fue banderillero de aviones fumigadores, enfermó de cáncer y se volvió emblema de la lucha.
Andrés fue invitado a cada encuentro que se organizó en torno a agrotóxicos. Viajó e intentó participar en cada lugar. Desde su perspectiva, la ciencia se debía a las comunidades, a la gente, y no a las ganancias, y esa visión debía redefinir las líneas, las metodologías y las preguntas científicas.
“Habría que preguntar ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia para el fracking y Chevron? Hay un claro vuelco de la ciencia para el sector privado y el CONICET promueve esa lógica. En la década del 90 estaba mal visto. Hoy aplauden de pie que la ciencia argentina sea proveedora de las corporaciones”, expresó en torno a la complicidad científica en el modelo económico (Ciencia para quien y para qué ANRed).
Andrés fue parte de un debate en torno a dos modelos de ciencia: una ciencia que se acomoda al poder, y otra que es bandera de los pueblos.
Respecto a una perspectiva de ciencia argentina, que piense desde el sur y apueste a nuestro propio desarrollo, Carrasco manifestó en una nota con Mu Lavaca «La tendencia de la comunidad científica argentina es ser legitimada por el exterior, está subordinada a las lógicas de los grandes centros científicos. Queremos ser del primer mundo, y entonces creemos que hay que imitar al primer mundo. El verdadero primer mundo, en cambio, piensa en sus propias necesidades, sus propios proyectos“.
Su legado sigue siendo semilla

Desde el 2009, Andrés Carrasco tuvo la posibilidad de dar argumento científico a las denuncias de las comunidades. Fue un científico que decidió vincularse con el territorio, aprendiendo, escuchando y reconociendo los saberes campesinos.
Andrés visitó Mar del Plata, Saladillo, Bragado, Los Toldos, Famatina, Chilecito, Esquel, barrios de Chaco, de Entre Ríos y Córdoba… entre muchos otros.
Su investigación fue clave para el levantamiento en Malvinas Argentinas de 2013, la localidad de Córdoba que impidió que Monsanto emplazara una planta de secado de semillas transgénicas. Una pequeña comunidad, se convenció de que no querían que esa industria funcionara en su territorio y, luego de enfrentar represiones e intimidaciones, logró bloquear la continuidad de la obra. Ahí también estuvo Carrasco: “Monsanto representa lo que no queremos en este país, que se hagan dueños de las tierras y las semillas, que impongan modelos productivos de los cuales los únicos benefician son ellos”, testimonió a un noticiero en ese entonces.
Sus palabras y su mirada crítica siguen alumbrando el camino. “Para nosotros, los afectados, fue un ídolo prácticamente”, supo decir Fabián Tomasi. El respeto y el cariño entre ellos era mutuo.
Para el campo científico, también. A partir de su partida en 2014, su camino adoptó la consigna de “Ciencia Digna”. Su estímulo fue la semilla para la creación de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL). Él fue una luz para los múltiples colectivos que se organizaron en la última década, como la Red de Docentes Por La Vida y la Red Federal de Médicos.